La danza y las emociones
Mirar las posibilidades del movimiento y la belleza del cuerpo provoca sensaciones que tocan el alma. Uno se acerca a la danza con algo más que un paquete de conceptos preconcebidos y de análisis complejos.
De hecho los coreógrafos apuestan a las primeras impresiones y estas suelen ser emotivas. Aunque al alcanzar mayores categorías de elaboración el arte se vuelve complejo y necesita de una lectura más amplia basada en referencias que provienen más allá de lo emotivo, que se alimentan por la educación artística del espectador.
La danza parte de los orígenes y a menudo quiere regresar a ellos. Lo básico se impone ya muy de vez en cuando en una sociedad caracterizada por la saturación de información y del uso de elementos técnicos. Parece que sólo así la danza será arte, cuando los procesos se hacen complejos, cuando las ideas ocultan a los sentimientos o cuando los sentimientos son tortuosos.
La belleza como elemento de la estética ha sucumbido a un segundo plano o se le cataloga como pasada de moda. Sólo el ballet o las danza folkloricas viven de provocar sensaciones agradables.
Un coreógrafo se cree artista contemporáneo, sólo y sólo sí puede alterar el ánimo pero a través de lo desagradable o de la violencia. Si esta ya tiene un lugar en nuestra sociedad para que recrearla hasta la saciedad en los escenarios.
La emoción puede tener diversas vertientes y no sólo hablamos de las reacciones básicas: alegría y tristeza, sino sus múltiples combinaciones. Pero a menudo sólo vemos el mundo entre negro y blanco; y y hoy en la actualidad mucho más con lo negro. Y mucho más con lo gris que crea monotonía de movimientos, grisura de escenografías, música y vestuarios.
El regreso a provocar emociones a través de la danza cautivará de nuevo a los espectadores que buscan emociones en otros ámbitos, el del cine por ejemplo. Una arte que con su técnica hace llorar, reír y hasta aterroriza, pero pocas veces nos deja con la sensación de grisura y aburrimiento.
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